Latán, era el mandril más hermoso de la comarca. Su cara de demonio de escudo de armas lo hacía distinguido. Él lo sabía, por eso se preocupaba de mantener su imagen. Era apresurado en sus respuestas, cauto, brillante. Pero era un mandril. De los cuadrúmanos asentados en las costas occidentales de África.
Ese día, era un día normal. Una banana por aquí, saltos por los árboles, baño en la cascada. De pronto, mientras se secaba del baño, lo envolvió una luz. Se iluminó. Descubrió lo indecible. Se expandió. Se extinguió.
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