Por Antonio González

Es muy probable que en el mundo de la alta cultura –el de los intramuros académicos, aquel estadio de los expertos devotos de la certeza científica y doctorados en todo– la coincidencia sea despreciada por su carácter azaroso. Incluso, no faltarán quienes la perciban como hechicería; en resumen, no ven en ella sino entretención a manos de la nefasta ociosidad. Que dos o más cosas o personas sucedan o se encuentren al mismo tiempo en un mismo sitio u oportunidad –salvo que se trate de descubrimientos como el del fuego o la penicilina o la final de la Copa América– para el mundo de los sesudos y las sesudas no pasa la prueba de la racionalidad, es decir, no se trata más que de una mera casualidad. De científico, nada. Solo coincidencia.

Comoquiera que sea, y aunque la gente inteligente se ofenda, por estos días dos mujeres han sido puestas en un escenario político similar. Una en Estados Unidos, la otra, en Chile, y, como si fuera poco, ambas, llamadas a asumir un protagonismo político inevitable y urgente, han dado la misma respuesta. La exprimera dama norteamericana Michelle Obama ha dicho en todos los tonos y lugares que no está interesada en ser Presidenta de su país, que sus ocho años en la Casa Blanca fueron suficientes y que ahora es feliz dando charlas y viajando por el mundo sin la presión del poder. Su tocaya chilena, tras ocho años en La Moneda, al ser presionada para un segundo retorno a Palacio, dijo algo parecido: “La oportunidad para eso me parece fuera de lugar”. Así de taxativas. Otra coincidencia.

No obstante, mientras ambas mujeres no se retiren a una vida monástica, alejadas del mundo de la política, seguirán siendo asediadas por sus partidarios para entrar a la cancha como únicas alternativas para preservar el poder de sus respectivas coaliciones. Tal vez el destino les tiene preparadas a las dos esta jugada traviesa de llevarlas a regañadientes a la Oficina Oval y al segundo piso de Morandé 80. Pero, ¿por qué el destino se ensañaría de tal forma con ellas?

En el caso de Michelle Obama no hay mucho donde hurgar. Basta ver el riesgo que significa para los demócratas norteamericanos insistir en la reelección de Joe Biden, cuya salud mental es la peor garantía con la que un candidato puede pretender un segundo período presidencial. Aun cuando los años de experiencia suman valor al actuar de las personas, el hombre –quien lleva más de medio siglo en política– tiene más edad para el retiro que para la continuidad. Por ello, lo aconsejable, para no cederle el trono en bandeja al sicópata de Trump, pareciera ser un cambio de postulante en la papeleta de noviembre.

Casi descartada por las encuestas y debido a su escasa figuración política –similar suerte estaría corriendo el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, y otros “posibles”–, la Vicepresidenta Kamala Harris ya habría asumido que este no es su momento, y que, por el contrario, sí sería el momento de Michelle Obama, a quien las mediciones la dan como la única demócrata capaz de vencer al republicano Donald Trump.

La situación de Michelle Bachelet no es muy diferente a la de la esposa de Barak Obama. Aun cuando cada vez que dejó sus cargos en ONU Mujeres y como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y fijó su postura de no retorno a la primera línea, lo cierto es que pocos se convencen de tamaña determinación, menos todavía cuando el miércoles 10 de julio se reunió con los presidentes de los partidos oficialistas, quienes en los hechos la han ungido como su madre política. “Usted es la lideresa del sector”, le dijo el timonel del PC, Lautaro Carmona, tras el meeting en el comedor del Senado.

Señales más, señales menos, la hora de las dos Michelle parece un hecho ineludible. Los norteamericanos, sin un roble que asegure el rancho, y los chilenos, sin alguien que desbanque a Evelyn Matthei del sitial donde la han puesto las encuestas –el hasta ahora único verdadero elector, porque, qué duda cabe, los estudios de opinión eligen candidatos y tumban opciones, por muy legítimas o justicieras que parezcan– los caminos de ambos pueblos ya están trazados. Es un hecho de la causa: las dos Michelle cuentan con el favoritismo de los números. En rigor, son las únicas que hoy pueden salir al paso del conservadurismo sempiterno; son las actuales llamadas a consolidar la política progresista y el respeto por los derechos fundamentales, en oposición a Trump, Kast o Matthei, quienes, más temprano que tarde, terminarán construyendo más cárceles que escuelas, más muros que puentes, cercenando conquistas sociales mediante la mercantilización de la sociedad, dándole sentido al círculo pernicioso de la discriminación-pobreza-violencia-regresión.

En clave de político gringo o chileno sin más opciones y puesto entre la espada y la pared –descartados de antemano Kamala, Newsom, MEO, Guillier, Kaiser– el mensaje sería: Michelle Obama, Michelle Bachelet, no se sienten a desoír el clamor de sus pueblos. No se hagan de rogar y asuman la responsabilidad a la que están llamadas. ¡La historia os juzgará!