Por Libre Plume
Imagina que el universo es un océano de vibraciones invisibles, un tejido de posibilidades donde todo está conectado a nivel cuántico —el reino de lo infinitamente pequeño, donde las partículas subatómicas se comportan como ondas de probabilidad, como notas musicales esperando ser tocadas—. En este mar de potencialidad, la conciencia humana emerge como un faro que ilumina fragmentos de esa inmensidad, traduciendo lo intangible en colores, sonidos y texturas. Pero hay un misterio: si todos nadamos en el mismo océano, ¿por qué nuestras percepciones chocan tan violentamente, como si habitáramos mundos opuestos?
La respuesta podría estar en dos capas de la realidad: la red neuronal —una intrincada red de células cerebrales que procesan información como un jardín eléctrico— y el entrelazamiento cuántico, un fenómeno donde partículas, incluso separadas por distancias cósmicas, comparten un estado invisible, como si fueran gemelas unidas por un hilo invisible. Este último sugiere una unidad oculta tras la apariencia de división.
Nuestros sentidos son ventanas diminutas. Los ojos captan solo un latido de luz en el vasto espectro electromagnético (un 0.0035% del total); los oídos ignoran frecuencias que para los murciélagos son mapas y para las ballenas, poemas. Pero el filtro más profundo no está en los sentidos, sino en el cerebro: una red de 86 mil millones de neuronas que tejen cada experiencia en una narrativa coherente. Esta red no solo procesa información; la construye. Cada recuerdo, cada prejuicio, cada emoción —y cada palabra que usamos para nombrar lo que creemos «real»— actúa como un escultor que talla el mármol bruto de los datos sensoriales. Dos personas pueden mirar un bosque: una ve un ecosistema sagrado, la otra, recursos para explotar. La realidad, en este sentido, es una coreografía entre el mundo exterior y el campo neuronal que lo interpreta, pero también entre las etiquetas lingüísticas que heredamos. Categorías como «sagrado» o «recurso» no son hechos universales, sino límites impuestos por el lenguaje, que funciona como un diccionario colectivo para definir lo que existe.
Aquí surge una paradoja fascinante —una aparente contradicción que revela una verdad más profunda—. En física cuántica, partículas entrelazadas desafían la lógica: si una gira hacia arriba, su compañera, aunque esté en otra galaxia, gira hacia abajo al instante, como si el espacio y el tiempo no existieran. Este fenómeno, probado en laboratorios con fotones y electrones, sugiere que bajo lo observable hay una capa de conexión no local —una sincronía que trasciende la distancia—. Algunos científicos especulan que el cerebro, con sus redes neuronales, podría interactuar con este campo cuántico. Las neuronas no serían meros interruptores biológicos, sino nodos en una matriz holográfica —un patrón donde cada parte contiene información del todo, como un copo de nieve que guarda el diseño del invierno—. En otras palabras, el cerebro sería el traductor entre el mundo cuántico de las posibilidades y la realidad concreta que experimentamos.
Pero si todo está entrelazado, ¿por qué la sociedad humana parece una colección de islas desconocidas? Las redes sociales, algoritmos —fórmulas matemáticas que predicen y amplifican nuestros gustos— y medios actúan como prismas que fracturan la luz de la información. Cada clic refuerza burbujas donde hechos y ficciones se mezclan. Y en el centro de esta fragmentación hay otro filtro invisible: el lenguaje. Las palabras que elegimos para describir el mundo —»libertad», «verdad», «justicia»— no son espejos neutrales, sino moldes que dan forma a lo que consideramos posible. Cuando dos grupos usan el mismo término para significados opuestos, es como si hablaran idiomas distintos, atrapados en diccionarios que amplifican la división. Así, progresistas y conservadores, científicos y negacionistas, no solo discrepan: habitan realidades alternas. Es como si el entrelazamiento cuántico tuviera un gemelo oscuro en la psicología humana: mientras las partículas se mantienen unidas a distancia, las sociedades se polarizan a pesar de estar hiperconectadas.
El cerebro juega un papel crucial en esta dinámica. Al igual que un radio sintoniza una frecuencia específica —ignorando otras ondas de radio que llenan el aire—, el campo neuronal selecciona qué aspectos de la realidad cuántica «escuchar». Los sesgos cognitivos —atajos mentales que simplifican la información—, las creencias culturales y las emociones actúan como interferencias, filtrando señales que no encajan con nuestra visión del mundo. Pero incluso antes de que esos filtros actúen, el lenguaje ya ha trazado fronteras: lo que no tiene nombre difícilmente se convierte en objeto de pensamiento. ¿Cómo discutir lo que no podemos nombrar? ¿Cómo imaginar soluciones para problemas que ni siquiera existen en nuestro vocabulario? Cada idioma es un universo paralelo, un pacto colectivo sobre qué merece nombre y qué queda en la penumbra de lo indecible. Así, dos personas pueden enfrentarse no por ver cosas distintas, sino por escuchar frecuencias diferentes en el mismo espectro de la realidad.
Pero hay esperanza en esta misma metáfora. Si el entrelazamiento cuántico revela que las partículas comparten un estado profundo, quizá bajo nuestras divisiones haya una capa de unidad. El campo neuronal, gracias a la neuroplasticidad —la capacidad del cerebro de reorganizarse, como un río que abre nuevos cauces—, sugiere que podemos «resintonizar» nuestra percepción. Y el lenguaje, como herramienta maleable, puede expandirse: nuevas metáforas, nuevos conceptos, como «entrelazamiento social» o «realidad cuántica colectiva», podrían ayudarnos a redibujar los límites de lo decible. Imagina una sociedad que, en lugar de reforzar burbujas, entrenara sus redes neuronales colectivas para percibir conexiones en vez de divisiones, patrones en vez de caos.
Al final, la lección cuántica es clara: la realidad no es un rompecabezas con piezas fijas, sino un holograma —una proyección tridimensional donde cada fragmento contiene información del todo— en constante cambio, moldeado por observadores que son parte del sistema. Y si el lenguaje es otro de los cinceles que tallan ese holograma, entonces reinventar nuestras palabras podría ser el primer paso para reinventar el mundo que construyen. Nuestros cerebros, con sus redes neuronales y filtros, no son meros espectadores. Son cocreadores. Y en esa creación yace tanto el riesgo de la polarización como el potencial de una nueva coherencia: una danza entre el entrelazamiento que nos une y la percepción que, por ahora, nos divide.
A modo de reflexión:
El universo podría ser una sinfonía cuántica —donde cada partícula es una nota y cada conciencia, un director de orquesta—, pero también es un diálogo perpetuo: una conversación entre lo que somos capaces de percibir y lo que elegimos nombrar. Cada pensamiento, cada palabra, es un acto de creación —no de descubrimiento—, una piedra lanzada al océano de lo posible cuyas ondas se expanden y chocan con las de otros. Nuestros cerebros no son meros receptores de una realidad externa, sino coautores de un relato colectivo escrito en un lenguaje de vibraciones y silencios. Las divisiones que nos separan —políticas, culturales, ideológicas— no son errores del cosmos, sino espejos de nuestros propios límites: límites neuronales, lingüísticos y emocionales.
Pero aquí yace la paradoja más bella: en un universo entrelazado, ningún filtro es definitivo. Las redes neuronales se reconfiguran —gracias a la neuroplasticidad—, las palabras mutan, y hasta las partículas más distantes conservan un hilo invisible de conexión. La polarización no es un callejón sin salida, sino una invitación a renegociar el diálogo. ¿Y si, en vez de aferrarnos a diccionarios de certezas, abrazáramos la gramática de la incertidumbre? ¿Si viéramos cada conflicto no como una batalla por la verdad, sino como un ensayo de nuevas formas de escuchar?
La física cuántica nos recuerda que la realidad es un fenómeno relacional: existe en la medida en que interactuamos con ella. Del mismo modo, la sociedad no es una escultura terminada, sino arcilla en manos de alfareros distraídos. Cada vez que ampliamos nuestro lenguaje para incluir al otro —creando términos como ‘empatía cuántica’ o ‘diálogo holográfico’—, cada vez que desafiamos un algoritmo que nos encarcela en burbujas, moldeamos un mundo más cercano a esa unidad subyacente que la ciencia intuye pero el miedo oculta.
Al final, no somos observadores de un holograma, sino sus tejedores. Y aunque los hilos de nuestra percepción sean frágiles, están hechos del mismo material que las estrellas: partículas entrelazadas, historias compartidas, preguntas sin respuesta. El desafío no es encontrar la nota perfecta, sino aprender a bailar en el caos de la sinfonía, sabiendo que incluso el silencio —ese espacio entre lo dicho y lo no dicho— es parte de la música.
Nota: En la Science Literacy Initiative de la Universidad de Pensilvania usan la física cuántica para fomentar humildad cognitiva: «Si hasta los electrones pueden estar en dos lugares a la vez, ¿por qué tú no puedes considerar dos verdades aparentemente opuestas?».
Dedicado a todas las personas curiosas con interés en ciencia, filosofía y sociedad, pero sin formación técnica en física cuántica o neurociencia.
Material de apoyo y bibliografía.
- Conciencia y Procesamiento Neuronal
Blackmore, S. (2018). Consciousness: A Very Short Introduction. Oxford University Press.
Analiza cómo el cerebro construye la percepción y debate teorías sobre la naturaleza de la conciencia.
Friston, K. (2010). The free-energy principle: A unified brain theory? Nature Reviews Neuroscience.
Explica el papel del cerebro en la creación de modelos predictivos de la realidad.
Seth, A. (2021). Being You: A New Science of Consciousness. Faber & Faber.
Explora cómo el cerebro genera la experiencia subjetiva y la percepción activa.
- Entrelazamiento Cuántico y No Localidad
Aspect, A., et al. (1982). Experimental Tests of Bell’s Inequalities Using Time-Varying Analyzers. Physical Review Letters.
Estudio pionero que confirmó experimentalmente la violación de las desigualdades de Bell, validando la no localidad cuántica.
Bell, J. S. (1964). On the Einstein-Podolsky-Rosen Paradox. Physics Physique Физика.
Teorema fundamental que desafía el realismo local en física cuántica.
Stanford Encyclopedia of Philosophy (2023). Quantum Entanglement and Information.
Recuperado de plato.stanford.edu.
Explicación accesible sobre entrelazamiento y sus implicaciones filosóficas.
- Límites Sensoriales y Percepción
Bear, M., et al. (2020). Neuroscience: Exploring the Brain. Jones & Bartlett Learning.
Libro de texto que detalla cómo los sentidos captan solo una fracción de la realidad física.
Schnupp, J., et al. (2011). Auditory Neuroscience: Making Sense of Sound. MIT Press.
Describe los rangos auditivos humanos en comparación con otras especies.
- Polarización Social y Tecnología
Pariser, E. (2011). The Filter Bubble: How the New Personalized Web Is Changing What We Read and How We Think. Penguin Books.
Examina cómo los algoritmos de redes sociales crean burbujas informativas.
Tufekci, Z. (2018). YouTube, the Great Radicalizer. The New York Times.
Artículo que analiza el papel de los algoritmos en la polarización ideológica.
Sunstein, C. (2017). #Republic: Divided Democracy in the Age of Social Media. Princeton University Press.
Discute cómo la tecnología fragmenta el consenso social.
- Neurociencia Cuántica (Teorías Especulativas)
Penrose, R., & Hameroff, S. (2014). Consciousness in the Universe: A Review of the ‘Orch OR’ Theory. Physics of Life Reviews.
Propone que los microtúbulos cerebrales podrían operar a nivel cuántico.
Koch, C., & Hepp, K. (2006). Quantum Mechanics in the Brain. Nature.
Debate crítico sobre los límites de aplicar la física cuántica a la conciencia.
- Sobre los límites del lenguaje.
Ludwig Wittgenstein
«Tractatus Logico-Philosophicus» (1921):
En esta obra, Wittgenstein explora la relación entre lenguaje, pensamiento y realidad. Su famosa frase «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» aparece en la proposición 5.6.
Edición recomendada: Tractatus Logico-Philosophicus, traducción de Luis M. Valdés Villanueva (Editorial Tecnos).
«Investigaciones Filosóficas» (1953):
Aquí Wittgenstein desarrolla su teoría del «juego de lenguajes» y argumenta que el significado de las palabras depende de su uso en contextos específicos.
Edición recomendada: Investigaciones Filosóficas, traducción de Alfonso García Suárez y Ulises Moulines (Editorial Crítica).
«Sobre la Certeza» (1969):
En este trabajo póstumo, Wittgenstein examina cómo nuestras creencias y certezas están ancladas en prácticas lingüísticas y sociales.
Edición recomendada: Sobre la Certeza, traducción de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera (Editorial Gedisa).
Recursos Adicionales para el Público General
Scientific American (2020). What Quantum Theory Reveals About the Nature of Reality.
Artículo divulgativo sobre no localidad y entrelazamiento.
¿Qué es la vida? Monte Grande 2004 / Chile – Arcoiris.tv.
Documental sobre Francisco Varela, científico y filósofo chileno, propone un viaje intelectual que invita a repensar nuestra manera de entender el mundo y nuestro lugar en él.
TED Talks:
«Your Brain Hallucinates Your Conscious Reality» (Anil Seth, 2017).
«How Algorithms Shape Our World» (Kevin Slavin, 2011).